Carmona, ciudad italiana del siglo XV, no ofrece a su príncipe, Fosca, hombre devorado por la ambición, más que un radio de acción limitado sobre Italia. Para poder ensancharlo hasta los límites de la Tierra misma, bebe el elixir de la juventud que la casualidad de un encuentro pone al alcance de su mano. A partir de entonces su existencia se confunde con la realización de una empresa política: labora en pro de la gloria de su ciudad, pero sólo consigue con ello favorecer los propósitos del rey de Francia. Viaja a Austria y se convierte en la eminencia gris de Carlos V de Alemania. En el siglo XVI, en compañía de Jacques Cartier, descubre nuevas tierras en América. Dos siglos más tarde frecuenta a los enciclopedistas y presencia la revolución de 1848. Pero, sumido en la indiferencia, todo acaba deshaciéndose en sus manos y sus amores sucesivos corrompiéndose. En Todos los hombres son mortales (1946), Simone de Beauvoir examina, desde el punto de vista existencialista, la necesidad de enfrentarse con la fatalidad de la muerte.