Pensamiento Y Acción. Luis Batlle.

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    …Todavía está allí. En el gesto que imitamos sin querer, en la palabra que repetimos sin saber, en la idea que exponemos sin sentir que no es un músculo nuestro el que a nuestro brazo mueve, que es otra voz la que se enuncia en nuestra boca, que es otro cerebro el que alentó ese mismo pensamiento.
    …Todavía está allí… Queda aún nuestra mano el calor de la suya la última vez que la estrechó. Queda aún en nuestra retina, fija la imagen de aquella vez postrera en que pudimos verle. Resuena todavía el eco de su voz, ardiente con los estremecimientos del entusiasmo, o suave con la modalidades de la emoción.
    Y queda todo lo demás, lo que puede ser lo más importante: el ejemplo de su vida, el sello de su pensamiento, el modelo de su acción. Queda el crisol de su existencia, donde quemó sus vísceras en ese punto sutil en que el alma parece pender del cuerpo: el alma que queremos que sea inmortal, porque «no queremos morir del todo», porque «no queremos morir con tantas cosas adentro».
    Todavía está allí… No es una sombra, no es la sombra de una sombra, nube que oscurece el cielo y que se va. No es una ilusión de los sentidos, siempre propensos a la falacia y al engaño, que nos hacen ver lo que, en realidad, no se halla enfrentado a nuestra conciencia.
    No: su presencia es permanente. Esa palabra que digo sin haberla dicho jamás de esa manera, no es mía sino que es suya. Esa idea que ha pasado por mi mente como una estrella fugaz y ha encendido en ella un ámbito ignorado, no es mía sino que es suya. Ese ademán con que he dado colofón a la conclusión de una frase, no me pertenece: para perpetua memoria de las ocsas, ese momento nuestro, no es enteramente nuestro…
    La flor que se amustia sobre su tumba, le asigna permanencia a la efímera transitoriedad de las cosas, en razón de la emoción que recoge. Esas palabras dichas por un modesto dirigente de una modesta seccional, contienen el símbolo de una grandeza esencial.
    «¿En dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿En dónde está, oh sepulcro, tu victoria?». La perennidad de su presencia se vió confirmada cuando su digna esposa, en el instante de descender el féretro al seno de la madre inmortal, nos dijo:
    «Guarden silencio ahora, al bajar sus restos. Y que haya entre todos los colorados la misma unión por la que tanto padeció y tanto luchó».

    («ACCIÓN», 31 de Diciembre de 1964)

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