«He compartido la amistad y el cariño con varios miles de personas que el Señor puso en mi camino en las más variadas circunstancias de mi vida.
He compartido la soledad y la nostalgia de los abuelos, de los viudos y viudas, recordando los tiempos pasados. He participado del dolor y la tristeza en los velatorios y entierros, llevando palabras de esperanza y consuelo.
Y los he acompañado más allá de la muerte, orando por ellos en las misas de difuntos o de aniversarios de su muerte, apelando a la misericordia de Dios para que los purifique de sus pecados y les permita participar de la plenitud de la felicidad y de la vida.»

Así, con estas palabras sencillas pero al mismo tiempo sentidas, el padre Elizaga describe toda una Vida dedicada al servicio de Dios y de los Hombres, al servicio desde un ministerio que asumió en una época muy temprana de su vida, a los veinte años, cuando y a pesar de algunas dudas, «el llamado de Dios se fue acentuando cada día […] entonces me di cuenta que debía renunciar a formar una familia y debía separarme de mis padres>>.