Los pueblos primitivos, la humanidad en sus orígenes, concebían una fuerza superior, o deidad, femenina. Sólo la irrupción en la Historia de culturas guerreras, en las que el hombre tenía superioridad, impuso un concepto de Dios masculino.
Sin ellas hoy le concebiríamos como un ente femenino. La irrupción de estas culturas cambió el rol de la mujer y el concepto que sobre ella tiene aún nuestra sociedad, ya que ahora parece claro que los inventos que provocaron los primeros hitos de la especie humana y su posterior desarrollo, como el fuego y la agricultura. Así como las bases sociales, formación de la familia, etc. Fueron efectuados por mujeres. El hombre ejercía entonces una labor accesoria reproductora, reducido a labores de guardián y limitado cazador. Algo así como un guardaespaldas de aquellas sociedades en las que finalmente, como hemos visto tantas veces en la Historia, el guardaespaldas (guardias de corps, pretorianos, mamelucos, etc.) acabaron alcanzando el poder. Las instituciones religiosas, producto de las mismas, taparon esos orígenes.
La coordinación y análisis de los últimos descubrimientos en campos como la arqueología y paleontología. Así como de textos religiosos, nos permitirán adentrarnos en unos hallazgos realmente incómodos para sociedad y religión.