Agostino. Alberto Moravia.
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Compra usando Mercado LibreUn relato del que la crítica dijo: «Un clásico moderno».
Unos lo alaban por la crudeza de su realismo, y otros por su fino análisis de sentimientos.
El despertar de los sentidos, el fabuloso mundo de la adolescencia, evocados con una fidelidad estremecedora.
Desde «Los Indiferentes», novela escrita a los 23 años, Moravia ha construido una obra que importa una reacción del pesimismo del siglo xx contra el del siglo XIX. Este era una exaltación de la melancolía, del desconsuelo como signo de nobleza del espíritu, compatible quizás con una furiosa envidia de la ebriedad ajena; pero ahora tenemos miedo de que esa tristeza no fuese necesaria, y de que los otros, con su robusta y confiada alegría, tuvieran razón contra ella. El pesimismo de nuestros días, el del eximio moralista que hay en Moravia, es el lamento de la espiritualidad vencida, aplastada por el mundo moderno; del alma convencida de su debilidad frente al nuevo orgulloso paganismo; convencida de su anacronismo y su impertinencia. No se creía en la felicidad, sólo el dolor era real; pero he aquí que la felicidad se ha posado sobre la tierra, cada día es más difusa, más brillante. Hoy no estamos convencidos siquiera de nuestro derecho a la tristeza. Es una especie de mala conciencia: ¿por qué interrumpir la fiesta de los otros, el fresco canto de la vida? El pesimismo del siglo XIX era, a pesar de su nostalgia tenaz, un grito de desafío a la vulgaridad, y a menudo desembocaba en un dandysmo demasiado satisfecho de sí mismo; el del siglo xx es obstinado y mórbido. Pide disculpas por estar todavía en el mundo. De ahí el minucioso amor de Moravia por el mundo real, y sobre todo su alianza con los valores de la vida satisfecha y emprendedora de la urbe moderna, la indiferencia de sus personajes ante el bien y el mal. Con Moravia, el pesimismo ha perdido la certeza de su superioridad moral sobre el mundo triunfante, y hasta se veda el derecho a injuriarlo, porque sería la venganza del débil. «Agostino» es, quizás, la más acendrada manifestación de ese estado de espíritu que nos permite ver al moralista cohibido ante el narrador realista. Compendia en su feliz brevedad los dos temas capitales de Moravia: la adolescencia, con su halo de terror y de lujuria, y la indiferencia, preanuncio de la descripción existencialista de la conciencia vacía, de ese vacío vertiginoso que es la única prueba de continuidad del ser.
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