Agonista -luchador- de la existencia, Unamuno encarna uno de esos procesos íntimos tensos, llenos de luz y de sombra, tan propios de las épocas de crisis. Pero lo que tantos otros viven superficialmente, como al margen, él lo ahonda y lo acuna en su alma: recibe el drama de ser y lo trasvasa en sus innumerables criaturas literarias. En Abel Sánchez se recrea el tema bíblico. Se trata, nuevamente, de la envidia y el odio, y de los extremos a que tales sentimientos conducen. Perteneciente al género de las denominadas «nibolas», la obra se orquesta, como todas y cada una de las producciones del vasco eternamente vivo, como una sinfonía, como una plenitud en la que caben el ensayo y la digresión metafísica. Y presidiendo cada línea, la poesía, una intensidad psicológica que vuelve poética la narración y agiliza los diálogos. Liberador de sus propios fantasmas, el artista da coherencia a su universo profundo. La larga lucha interior, los desasosiegos y vertiginosa búsqueda de la verdad por parte de Unamuno están aquí presentes, proyectados hacia el lec.or para que éste se convierta también en uno de los agonistas.