Ema Risso Platero -o Emma, como a menudo prefería llamarse- fue una diplomática uruguaya de nutrido periplo. Única mujer designada ante el Gobierno francés en los años de posguerra, en 1955 pasó a desempeñarse en la entonces exótica Tokio. En Inglaterra desarrolló una agitada vida social, antes de residir en Praga, para luego morir en París.
Su trayectoria no se resume en la diplomacia, más bien esta le sirvió de vehículo para conocer mundo, alimentar sus pasiones artísticas -escritora, pintora, en ocasiones actriz- y rodearse de exquisitas personalidades.
Durante sus temporadas en Buenos Aires, su halo de atracción pudo con el tándem Jorge Luis Borges – Adolfo Bioy Casares, con quienes entabló una estrecha amistad y mantuvo contactos hasta el temprano fin de sus días. Se convirtió en debilidad de Borges. Tanto esto fue así que él escribió el sentido prólogo al primer libro de ella, le dedicó un cuento, la visitó en varios de sus destinos e intercambiaron una jugosa (y sin duda apasionada) correspondencia.
Una cena con Borges -en el departamento parisino de su gran amiga, en 1979- opera de argumento para que una real y semi ficticia Risso Platero realice esta suerte de íntima reflexión sobre su existencia y sus afectos.
Tras una exhaustiva pesquisa, Fernando Loustaunau descubre a una mujer compleja, de casi inescrutable personalidad. Reproduce un monólogo interior en el que se alternan el relato de lo cotidiano con la introspección más profunda y por momentos sorprendente. La protagonista transmite, a través de ese vínculo casi suspendido en el tiempo con Borges, la sensación de haber nacido en una época que no era la de ella.