«El curso ha finalizado y observo la sala de meditación vacía. Diez días atrás entré aquí sin tener idea de lo que estaba haciendo. Me cuesta creer todo lo que transité sin moverme de este lugar. Meditar no resultó ser una actividad vegetal donde experimentar estados extrasensoriales en un mundo etéreo, y sí una de autodisciplina y autoobservación. La vipassana puede ser un atlas de la mente y la estructura ísica, una brújula para orientarnos en el caos del mundo interior, un mapa de ruta sobre el cual tomar decisiones».